lunes, 24 de febrero de 2020

HUMANOS


Esto es como el andén del subte a las seis de la tarde, atestado de humanos. Ni hablar cuando te empujan para entrar al vagón.
¡Hola! ¿me escuchan?
Estamos en las Cataratas, en la pasarela rumbo a la garganta del diablo.
Camino lento en mi lugar de la fila. Desde la altura de este puente largo, eterno, sobrevolamos el río, su anchura, transparencia y luminosidad me encandilan.
Un hombro se apoya brusco sobre mi espalda, me tira a un costado para seguir su carrera rumbo al destino.
¿Acaso tenés un chip que no podés desconectar?
Me freno y me aferro a la baranda para contemplar cómo asoman los peces grandes. Sortean las rocas y se acompañan en un zigzag acompasado, pienso que pasaron por debajo de los pies, una sensación de temblor sacude mis partes. El susurro me recuerda que están en el agua, bien profundo, en el líquido cristalino, transparente.
Un grupo de humanos se acerca a paso excitado, sus voces amplificadas tapan el tintineo del líquido moviéndose lentamente. No miran a nadie, solo hacen lugar con sus brazos extendidos. Me desprenden, me alejan.
Pobres, ya a esta altura el enojo se transforma en pena. Tienen un destino grabado en el chip que les impide observar el camino. Ellos se lo pierden.
Vuelvo a acercarme al borde, A lo lejos hay saltos exuberantes y espumosos, no es la garganta pero son inmensamente bellos. Inclino mi cuerpo y miro hacia abajo. El agua es diáfana, puedo ver el mundo acuático tan ajeno al nuestro.
¿Cómo fue que giré de pronto y quedé mirando para el otro lado?
Otra vez los humanos, no entienden que acá el tiempo tiene otro ritmo.
Miro las rocas sueltas y otras agrupadas, algas oscuras, cardúmenes deslizándose sigilosos. La luz llega como un rayo e ilumina. Retomo el andar tratando de grabar las imágenes en mi mente, una tras otra van llegando, tan distintas y tan fascinantes.
Un brazo golpea mi cabeza, una foto, tienen que tomar una foto.
Si se arrancaran el chip, no sería necesario disparar con esa caja artificial.
Me falta poco para la escena final. El susurro del destino es cada vez más intenso. El tono se eleva, un canto grave, tenor potente, murmullo que se va volviendo grito. La interferencia de un pájaro da la nota suelta.
Dejo llegar rápido a los humanos, ellos no entienden. Hoy solo soy un ser vivo. Ya estaré en la punta, y podré descubrir su garganta abriéndose, escupiendo agua jabonosa, rugiendo como un animal salvaje.


Bitácora de viaje: Cataratas.

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