martes, 29 de noviembre de 2016

HORA DE SOLTAR

Sería necesario que alguien pudiera decirme: “No estés más angustiado, ya lo(a) has perdido.”
“Agony”,  Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes


De qué sirve derramar lágrimas
hablar siempre de lo mismo
soltar reproches o excusas al aire
hundir el dedo en la llaga bien al fondo
hurgando en el pasado
hacer temblar cada milímetro del cuerpo
corriente eléctrica que paraliza
terminar y empezar de nuevo la rueda
negándote a frenarla
rueda que atraviesa tu corazón
lo aplasta, lo explota.

De qué sirve detener el reloj
evitar que la vida continúe
aunque sepas que el tiempo igual avanza
esconderte entre esas paredes frías, hirientes
negarte a encontrar el sol
meterte en el freezer
congelada, frenada, casi muerta.

De qué sirve continuar flagelándote
látigo sobre la herida abierta
dejate cicatrizar
aceptalo de una vez
por más difícil que te resulte
no estés más angustiada, ya lo has perdido.



miércoles, 26 de octubre de 2016

BREVES MUERTES

            Se le muere la mano. Sí, así como lo digo. Los vasos sanguíneos se estrechan impidiendo el paso de las aguas moradas por el cauce del río. Los nervios se anestesian, se duermen, la abandonan. Ya no siente. El color rosado de la sangre bajo la piel, se torna de un blanco grisáceo, pálido. Piel de cadáver.
            Puede clavarse agujas, sostener un jarro de loza con líquido hiriente, cortarse la yema con un cuchillo para comprobar que aun sangra, intentar quemarse con un fósforo flameante buscando las sensaciones ausentes. Podrá ponerle nombre que lo justifique, que le dé un significado: Raynaud.
Por más que lo intente sucederá lo inevitable. Nada sentirá mientras la invada el frío gélido.
Se anunciará silencioso, asomando con temblores del cuerpo, esos espasmos de recuerdos dolorosos en apariencia ausentes, atacándola finalmente en esa breve muerte en su mano.
Será un rato donde no le servirá. No podrá sacarle música a las teclas, ni sujetar fuerte, o soltar para que vuele, ese pasado agobiante como un pájaro preso entre barrotes de hierro. Raynaud se lo impedirá, dejándola inválida de expresiones, con esa ausencia de dolor que es peor que el padecimiento.
Solo le restará esperar, enterrada bajo la capa de hielo, como un cuerpo muerto que anhela ser revivido, conservándose, preservándose. Rayos tibios templarán las aguas para que vuelvan a correr en su cauce, en el presente luminoso sin vestigios de nubes rellenas con hielo, esas piedras frías acumuladas por tormentas del ayer. El tacto de una piel suave, el impacto de dar una bofetada, cosquilleos de nervios despertándose, un corte que duele, sangra, se repara, rascarse para borrar la picazón del cuerpo, tomar la lapicera y estampar la firma. Cuando eso suceda, él se derretirá, disminuirá el volumen de su sustancia, será parte del líquido caliente que correrá por las venas, no podrá flotar ni cubrirla para dejarla enterrada. Será pócima diluida, aguardando helarse para resurgir. 
            Día tras día la acechan sentimientos encontrados de esperanza y desaliento, como el caudal del río con el deshielo en primavera y el agua congelándose en invierno. Ella lo sabe. No puede evitarlo.
El calor volverá. El frío también.