lunes, 5 de agosto de 2013

REBELIÓN DE LETRAS

 Las letras están haraganas y rebeldes. No tienen ganas de moverse, unirse, cambiarse de lugar, posarse. Ansían la libertad de andar por donde se les dé la gana, sin que yo las atrape.
Me desafían, juegan, se divierten.
Vienen de la mano, volando sobre palabras sueltas, libélulas que agitan sus alas. Las leo. Trato de agarrarlas. Se esfuman. Pompas coloridas de jabón que explotan en el aire. Aparecen en grupo, revolotean sobre mi cabeza, huyen.
La lapicera se puso nerviosa. Mi mano la tiene preparada hace rato y ya se acalambró de tanto esperar. El papel está pálido.
Me enojé. Me apoderó la impaciencia. Niñas caprichosas que no hacen caso, se trepan por los muebles, patinan descalzas sobre el piso encerado, juegan a la mancha, se esconden en los rincones. Las llamo, les grito. Ellas siguen burlándose, descaradas y sonrientes. Hadas pícaras y aburridas agitando sus varitas. Hacen volar polvos mágicos que se convierten en monstruos azules y naranjas que hacen muecas, perros sin cola y con bigotes, gatos con pico de pato, pelotas cuadradas, nubes que lloran rayos de luz. Vuelan de un lado al otro con sus túnicas de colores y sus caras risueñas, llenando el espacio de formas que no puedo atrapar ni reproducir en el papel.
Bajo los brazos, apoyo la lapicera sobre el cuaderno desnudo. Es inútil ponerme de malhumor. Después de todo, tienen derecho a un día libre. Un recreo, volar entre flores coloridas, navegar con el timón sin manos que lo sujeten, jugar sin reglas, hacer travesuras, relajarse.
Más tarde van a volver renovadas. Decididas a pintarse en el papel. Yo las voy a esperar, con mi cuaderno impregnado de miel pegajosa, y la lapicera transformada en una red para atrapar insectos. No sea cosa que me vuelvan a engañar. Me subiré sobre la silla, me agacharé un poco, sin respirar. Rígida, esperaré a que pasen. Extenderé mi brazo, inclinaré el cuerpo, la silla seguro va a trastabillar pero soy buena haciendo equilibrio. Alguna se me va a escapar, entonces saltaré al piso y la correré. Van a estar cansadas y volarán despacio. Las iré juntando en mi lapicera camuflada, las retaré un poco –no sea cosa que les guste esto de las travesuras y ya no me quieran obedecer–, y lograré finalmente que se peguen en el papel. 


Mientras tanto, en este tiempo en que las doncellas bailan libres bajo la lluvia, sin preocupaciones ni obligaciones, nada en qué pensar.