lunes, 11 de agosto de 2014

ESCENA FINAL I - Primera parte


…Y yo camino por la cuerda floja hasta el límite de mi sueño. Las vísceras, torturadas por la voluptuosidad, me guían, furia de los impulsos. Antes de organizarme tengo que desorganizarme del todo. Para experimentar el primer y pasajero estado primario de libertad. De la libertad de errar, caer y levantarme.
Agua Viva, Clarice Lispector

I

Pocas veces puedo viajar sin el reloj persiguiéndome como un animal hambriento, con el tiempo dormido, sin destinos que ansían mi llegada, sin problemas que me tensionan el cuerpo y usurpan la mente.
La estación está casi vacía. Si no me equivoco, ésta debe ser la primera o segunda vez que puedo sentarme en el banco. Aunque tengo lugar de sobra, apoyo el bolso sobre mis piernas. Busco el mp3 y lo enciendo. Ahora a esperar el tren.
Debe estar un poco atrasado. Estoy casi en una punta, por lo que veo toda la estación: el pasillo largo, el techo gris, las hileras de luces blancas, los rayos de luz que se filtran entre las ramas frondosas de los árboles de la plaza contigua. El sol veraniego típico de las diez, ilumina con destellos el andén, que como un camino bordea la vía. Un señor parado con traje, corbata y maletín. Un adolescente apoyado contra el muro que divide este lugar del bullicio de la avenida. Desde el fondo se acerca una joven, me resulta graciosa moviéndose al ritmo de alguna canción que sólo ella sabe cuál es.  Dentro de mis oídos empieza a sonar la música que yo elegí.
Este paisaje que parece pintorescamente armado, me transporta. ¿Dónde estoy? ¿en una película? Siento que huyo del cuerpo, desdoblada. Me veo con la espalda erguida y las piernas juntitas sentada en el banco alargado y gris, sosteniendo con las dos manos el bolso blanco, esperando el tren que viajará quién sabe a dónde ni por qué; la luz esfumada, el silencio de pájaros cantores, la música de fondo. Una Penélope quizás. ¿Dónde estoy? ¿en la escena final? Sigo contemplando y me dejo llevar.
Recuerdo esa vida feliz que tuve, cuando todo era perfecto, como el universo: infinito, mágico, inmenso. O por lo menos así lo creía. Tenía alguien que me amaba, sueños a punto de estrenar, un futuro hermoso que pronto llegaría. Duró poco. Aquella vez dije que no habría lágrimas, me repetí como una lección, que no habría angustia. Pensar que estuve también en esta estación, sentada, sosteniendo el bolso blanco. Aquella vez no pude disfrutarla. La tristeza, silenciosa, maliciosa, recitaba lo que había sido y lo que ya no sería.
Pasa la vida y el tiempo no se queda quieto, llevo el silencio y el frío con la soledad. La música metida en mis oídos me acompaña.
Nadie me despidió porque a nadie ya le importaba que me fuera. Quería salir de ese lugar al que nunca volvería, para luego subir al micro y regresar. Allí sí me esperaban, así me había dicho mi madre al teléfono llorando emocionada. Pero yo estaba triste como esta canción: Se fueron los aplausos y algunos recuerdos, el eco de la gloria duerme en un placard. Tenía la mirada ausente, escondida, la soberbia perdida en la valija, el orgullo pisoteado por la vida. No quería llorar y me di cuenta de que no quería volver, asumir la derrota, no deseaba perder mis sueños. Sabía que era la única puerta que tenía abierta para vivir sin pasar hambre, sin sobresaltos, sin tener miedo, aburrida, sin adrenalina, sin sueños. Volver a empezar, volver a intentar.
Finalmente no tomé ese tren.
Siempre fui testaruda.

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