La bocina es muy fuerte, despierta al
mayor de los dormilones. Miro el tren que llega y se va para el otro lado. El
mío no viene. No hay apuro, hoy el tiempo está encerrado y así debe ser.
Observo nuevamente el pasillo angosto, viejo y nostálgico. Una madre que
sostiene con fuerza a su hijo, camina entre el reflejo platinado. Miro el reloj
grande colgado, con el tiempo muerto, mientras empieza una nueva canción.
Hay una luz que está dentro de ti, adonde están los
sueños que van a venir. Me habría gustado haber
cumplido por lo menos un sueño, estar disfrutando un logro de todos los que me
propuse alguna vez. Nunca dejes de soñar,
hay una luz que no se ve, brilla desde dentro, desde la niñez. Una imagen de
cuando era chica: el día que en la escuela nos proyectaron la película el Mago
de Hoz. Ese rato fui tan feliz. Me zambullí en la pantalla. Yo era Dorothy
caminando por el arco iris. Nunca me olvidé de esa película. Me aprendí la
canción de memoria: Somewhere over the rainbow, skies are blue, todavía recuerdo parte de la letra. Continuaba hablando
de los sueños, de que si uno se arriesga se hacen realidad.
¿Existirán
aún los míos? Seguro que sí, escondidos, arrumbados, añejos. Aunque vivos. Quiero
volver a ser Dorothy recorriendo el camino de siete colores. Me dieron ganas de
ver la película otra vez. Quizás me busque otros, más maduros, fortalecidos por
las derrotas que me vuelven a levantar, más realistas o más humildes, pero que
me hagan sentir viva y no un ser que simplemente existe, que sobrevive.
Me empujan. La vi llegar pero no la vi.
Ahora que se sentó casi pegada a mí, no me quedó otra que incorporarla. Mirá
que el banco es largo. Dos veces seguidas consulta el reloj. Si pudiera, seguro
correría las agujas. ¿Acaso soy yo? Mira el camino vacío, sin tren. Elegante,
con tacos altos y cartera haciendo juego. Debe ir a trabajar, a una reunión, a
cerrar un negocio. Se mueve inquieta y por un segundo me inquieta a mí. Recordé
que hoy dejé el tiempo en el cajón, cerrado con llave, el reloj en la mesa de
luz. No soy yo, qué alivio siento. Ella está perseguida por las horas,
atrapada, encerrada en el tiempo que la envuelve como un espiral y la chupa. La
veo como un reflejo de mi pasado inmediato, unos días atrás, ayer, hace unas
horas nomás. Se levanta y se aleja hasta la línea amarilla. ¡Gracias a Dios!
Vuelvo a sentir el silencio, observar la luz pálida, el camino largo hasta la
entrada. Su insistencia vuelve a acaparar mi atención. Ya conté siete veces que
pasó frente a mí caminando de un lado a otro. Me marea, me desconcentra. Pobre,
todavía no entendió que ella no es la que domina al tiempo. Quizás su
apariencia me engañe y esté apurada porque algún familiar tuvo un accidente, o
la llamaron de la escuela porque su hijo volaba de fiebre. Pero mi pálpito dice
que no es así. Mirá todo lo que se pierde: contemplar la estación tan bella,
poder ganarle al tiempo disfrutándolo, observar el día que se esmera por llamar
la atención. Ahora se apresura a pararse en la línea amarilla. Viene el tren.
Seguro va a ser la primera en subir, antes de que los pasajeros bajen. Siempre
me molestó que lo hicieran, aunque reconozco haberlo hecho miles de veces.
Había que ganarle al tiempo.
Antes de subir, miro la estación para
despedirla. Está tan linda hoy.
Un remolino de viento me azota la cara.
Siento los vagones casi rozándome. El tren se está yendo. Qué loco. Yo sigo en
el andén, no entiendo muy bien por qué. Por un segundo pensé en qué hora sería,
pero ahora me acuerdo que ni la hora ni el tiempo hoy importan. Lo que cuenta
es que me animé, me atreví. Váyanse todos a la mierda, prefiero prostituirme a
seguir así. Qué liviana me siento después de esto. Siempre voy detrás de lo que siento, cada tanto muero y aquí estoy…,
me anima la canción. Por un tiempo no habrá horarios que me corran, jefes que
me maltraten, compañeros que hablen por atrás. No veré más la maldita pila de
papeles que nunca baja, la oficina húmeda y oscura como un sótano. Ya no dejaré
que el tiempo me pase por arriba, trabajando sin cesar, alienada, encerrada en
esa cárcel que me deja con el cuerpo exhausto y las horas consumidas, anhelando
tristemente encerrarme en ese cuadrado minúsculo, ese departamento con una sola
ventana con vista a un hueco oscuro, que me deja la billetera vacía cuando pago
el alquiler.
No voy a volver al pueblo derrotada,
tampoco lo hice la otra vez. Quizás acepte la invitación de la tía y por un
tiempo me vaya a vivir con ella. Debe ser bueno dejar que te ayuden. Siempre
hay una puerta sin llave. Quiero recuperar las ilusiones que nunca pude sacar
de la valija, las esperanzas de ser lo que una vez me atreví a soñar. No sé qué
haré mañana, ni cómo me las voy a arreglar.
Ahora no me importa.
Pronto vendrá otro tren.