Le entrega los labios
pintados de rojo intenso, rojo sangre, fuego. Los cabellos recogidos para no
dejar testigos en el traje negro. Los ojos cerrados, solo sensaciones.
Lo clandestino lo hace vivo, ardiente.
Se puso un vestido morado con los brazos desnudos
para sentir el roce en la piel y los vellos erizados.
El chal yace en el suelo desvergonzado.
La mano de dedos largos, cansados de apretar las
teclas del piano, sostienen con deleite el miembro abultado bajo los pantalones
oscuros.
Rápido, fugaz es lo que alimenta la llama.
La habitación de la
servidumbre los recibió silenciosa. Guardará en sus paredes la respiración
jadeante, los besos robados, las promesas. Un momento de descuido les permite
el encuentro.
No hay tiempo, solo
momentos, roce de cuerpos sudados.
Del otro lado, la
fiesta sigue. Nadie nota la ausencia. El marido borracho se quedará dormido
cuando el silencio reine.
Se perderá la sonrisa atrevida.
Ella podrá dormir con
el aroma del amante impregnado.
Y hasta el próximo
encuentro.