Es
grande, la intensidad del movimiento sobrevolando la sombrilla de la pileta donde
estamos guarecidas, me lo hace notar.
Va
y viene en su búsqueda. Creo que son dos que transitan el recorrido juntos.
No
hablan, ni cantan, ni gruñen. Solo hacen sonar el aire con la potencia de sus
alas. Lo rompen, lo parten.
Me
avisan las ramas, que se han posado en el árbol cercano. Crujen por efecto del
movimiento.
Mis
oídos atentos siguen la escena.
Una
sombra cruza hasta el otro extremo y otra la sigue. Sombra oscura de cuerpo
negro.
Siento
fascinación teñida con miedo. Dejo que el temblor de mis partes absorban ese ímpetu,
sin moverme, mimetizada.
No
supe hasta después que eran murciélagos. Mejor así.
Bitácora de viaje: Cataratas
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