No me miren desde arriba, altaneros.
Yo estoy al ras de la tierra,
soy parte de ella.
Su vibración habla.
Comparte su agua pura.
Las plantas cobijan, y sus perfumes alegran.
Me mimetizo con las rocas y evito al enemigo.
Ustedes desde las alturas,
miren cuánto se pierden.
No se rían porque me escondo.
No le temo a la soledad, es mi aliada.
Cuando quiero,
salgo, observo, comparto.
Si me cansan, largos y engreídos,
me aparto.
Refugiada en mi interior,
junto a los pensamientos, a las letras, con el
silencio,
dentro de mi hogar, rozando la tierra a la que
pertenezco.
Hasta que me llega la inspiración que ustedes,
ensordecidos por la ciudad y sus ruidos,
pasan por alto.
No se burlen porque voy lento.
Yo también llegaré a la meta,
pero primero habitaré el camino.
Soy y seré parte todo el tiempo.
Elegiré el mejor cruce,
beberé las vertientes de sus ríos,
contemplaré el cielo enrojecido por el amanecer.
La luna me dará su brillo,
el sol calentará mis entrañas,
las montañas compartirán su grandeza.
Ustedes que andan apurados llegarán primero,
pero se perderán de vivir la magia del trayecto.
No crean que por ser dócil y pequeña podrán tenerme
de mascota.
Me escaparé las veces que quiera,
me esconderé en los rincones más inhóspitos,
me encerraré en mi casita ambulante.
Y perduraré.
Con la libertad de mis decisiones,
con la calma de lo cotidiano,
con la energía vibrante y sabia
que sólo tenemos los que pertenecemos a la tierra.