Me imagino el día
aunque es la noche. Será por la luna a medias que está del color del sol. Quizás lo que veo sea el reflejo de aquel
paisaje en un lago y por eso sus tonalidades son más claras. Los remolinos
blancos aquietan el azul, como un viento que gira alrededor de las chispas que
titilan.
Esos puntos rodeados de
pinceladas de nieve resaltan como focos de luz en la oscuridad. Será una noche
feliz, de enamorados que miran el paisaje con ojos brillantes. Será el inicio
del amanecer donde el día madrugó, será la emoción de quien hizo las pinceladas
claras.
Un arbusto, copa de un
árbol, de verde intenso, asoma adelante. Como un brazo de una mujer rama, una
maleza viviente que busca atrapar una estrella. Su color contrasta con el
resto, como un espectador que contempla fascinado. Veo casas, la cúpula de una
iglesia, seguro es un pueblo envuelto en el milagro de esa noche que es del
color del día. La silueta del poblado se extiende hasta el cielo y ya no
distingo donde termina la tierra.
Todo es uno, nada está
separado. El día y la noche, la tierra y el cielo, la ciudad y las
constelaciones. Me siento el árbol invadiendo la escena para completarla, admirarla.
No puedo descifrarlo,
sólo sentirlo cómo él lo concibió, una noche estrellada.
Bítacora de viaje: Nueva York