Feriado en el medio. Semana partida por la mitad.
El miércoles es pesado, difícil. Día duro para luego
festejar que cruzamos el límite de la lejanía y nos acercamos al descanso.
Debería ser un día como cualquier otro, pero tiene un nombre: día de miércoles.
En cambio hoy, no.
Hoy es un día esperanzador, una copia del fin de semana, un
descanso a la mitad de trescientos escalones. Día de pantuflas y pijama, dormir
sin despertador, quizás un asadito o simplemente, la nada.
La nada.
Me da miedo por sí sola.
Abismal y grande.
Vacío, no saber qué hay en realidad.
Un pozo sin ver el fondo.
El espacio sin objetos, ni siquiera aire.
Pero la nada, cada tanto, me gusta.
Día de nada, vacío de proyectos, de tareas, de
responsabilidades.
Llenar la nada con lo que yo quiera, en el momento que se
me dé la gana.
Nada que hacer, nada que pensar, obligada, empujada.
Nada que decir, nada que preguntar ni responder,
comprometida, sometida.
Lleno la nada con mis letras, un mate calentito, quedarme
sentada.
Lleno la nada con pensamientos libres, alegres o tristes
como vengan en ese instante.
Lleno la nada con palabras que tengo ganas de decir.
Lleno la nada con miradas, caricias, silencios.
Lo primero que se me ocurre, hago.
Improviso, y la nada se deja sorprender en este miércoles
de feriado.